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Desde Francia a la calle: el voluntariado de Gabin

Vino desde Lyon para hacer un voluntariado y terminó encontrando algo mucho más profundo. Recorre las calles de Santiago en un voluntariado con el equipo del Hogar de Cristo, entrega comida y abrigo a personas que duermen a la intemperie y ha descubierto una pobreza distinta a la de su país. Lo que partió como una aventura, hoy lo tiene convencido de que no todo se aprende en una sala de clases.
Por Matías Concha P.
Junio 11, 2025

Se llama Gabin —con “i” latina, insiste— y habla un español con pausas largas, que suenan más a traducción mental que a duda. Tiene 20 años, nació en París y actualmente vive en Lyon, donde estudia negocios en la ESDES Business School, una universidad que promueve la formación humana a través de la acción social. Desde mayo, vive en Santiago, realizando un voluntariado con el Hogar de Cristo como parte de esa formación.

“Estoy en un voluntariado en el programa Rutas Calle, en Estación Central. Durante el día ayudo a personas en situación de calle con gestiones básicas: sacar el RUT, ordenar sus papeles, ayudarlos con trámites. Y los miércoles, en la noche, salgo con el equipo a repartir comida, ropa, carbón, abrigo. Es el momento más intenso de la semana”.

Aunque lleva poco tiempo, ya se siente parte del equipo. La Ruta Calle no es solo repartir cosas; es establecer un vínculo. Es mirar, hablar, sentarse junto a alguien que duerme en la vereda y preguntarle cómo está. Acompañar, sin juicio. Eso es lo que más le ha impactado. “Lo que hacemos no es solo dar, es estar”, resume,  convencido del valor de su labor.

UN CHOQUE CULTURAL

Gabin vivió en Chile durante cuatro años. Y aunque ahora volvió para cumplir con un requisito de su carrera, lo que encontró en las calles de Santiago fue mucho más que un trámite. Fue un choque. En Francia también hay personas en situación de calle, pero la pobreza se esconde. En Chile, es visible, cruda, muchas veces violenta.

–Allá casi no se ven rucos. No hay fogatas en la vereda. Las personas sin hogar son, sobre todo, migrantes, y no pasan la noche en la calle, existe un sinfín de refugios, fundaciones, albergues. En cambio, acá ves carpas en los parques, gente durmiendo entre cartones, muchas veces sola, sin nadie.

Tiene razón. Según el Ministerio de Desarrollo Social, cerca de 20 mil personas viven actualmente en situación de calle en Chile. Sin embargo, el Hogar de Cristo, con su experiencia en terreno, estima que son varios miles más los que deambulan sin destino por la ciudad, invisibles para el conteo oficial. El frío, el hambre, la salud mental deteriorada y la desconexión con todo lo que entendemos por “vida normal” convierten la calle en una trampa difícil de romper.

–Yo estudio Negocios, y la verdad es que antes no entendía por qué alguien vivía en la calle. Pensaba que era por elección, por comodidad. Desde que soy voluntario, me cambió la forma de mirar. Ahora sé que no es una elección. Es una cadena de cosas. Una historia larga que nadie quiso ver: maltrato, violencia, soledad, adicciones.

POBREZA Y MIGRACIÓN

En Francia, aunque se ha querido ocultar, la situación también ha empeorado. Según la Fundación Abbé Pierre, más de 330 mil personas viven sin techo. Muchas son migrantes, sin redes ni documentos. A pocas semanas de los Juegos Olímpicos, el gobierno francés desató una ola de desalojos masivos en París, trasladando a miles hacia las periferias. Gabin lo dice sin eufemismos:

–En donde yo vengo, casi no hay rucos. Es muy raro ver uno. Lo que pasa es que a muchos los han ido echando o simplemente no les permiten levantar nada y los echan de todos lados.

TODOS LOS MIÉRCOLES

Aquí, en cambio, la pobreza no se esconde, ni se puede esconder. Está en la calle, bajo la lluvia, en el cemento. Y aunque no siempre se ve, Gabin ha aprendido en su voluntariado ha encontrar algo más que dolor en ella.

–Una noche, mientras entregábamos comida, una señora empezó a bailar. Estaba feliz, solo por ese momento. Y ahí entendí que resistir también es una forma de celebrar. Que, pese a todo, la gente es resiliente. No andan por la vida victimizándose.

Desde entonces, sale cada miércoles con un termo, una mochila y una disposición distinta. Sabe que no va a cambiar el mundo, pero también que el mundo se cambia en gestos mínimos.

Ayudar no es hacer algo grande. A veces es solo estar ahí, con alguien, escuchando… aunque a mí me cueste –dice riendo–, porque no siempre entiendo el español.

CALIDEZ Y PACIENCIA

Hoy colabora también en tareas administrativas, prepara insumos y ayuda en lo que haga falta. Dice que el equipo del Hogar lo acogió con calidez y paciencia. Que le enseñaron más de lo que imaginaba. Que ya no quiere que este voluntariado sea solo un capítulo.

–He aprendido más acá que en cualquier curso. Aprendí a mirar. A escuchar. A entender sin juzgar.

Y aunque pronto tendrá que volver a Lyon, se va distinto. Más consciente. Más humano. Más cerca de esa parte del mundo que muchos prefieren no mirar.

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