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Entrevistas

Acoger también es criar: Elsa, Alejandro y la niña que cambió sus vidas

Mientras cientos de niños siguen creciendo en residencias, Elsa y Alejandro decidieron abrir su casa —y su vida— a una niña de dos años. Hoy, tras casi dos años de crianza, buscan algo esencial: que ella pueda seguir creciendo en el lugar donde ha encontrado amor, cuidado y estabilidad.
Por Matías Concha P.
Mayo 23, 2025

Elsa Bezamat tiene 43 años, su esposo Alejandro 53, y llevan 12 años juntos. Se casaron hace cuatro, pero la decisión de no tener hijos biológicos la tomaron mucho antes, sin rodeos. Pero con el tiempo, esa certeza empezó a transformarse. Sentían que podían involucrarse de otra forma, y que ese compromiso tenía sentido justo donde la infancia está más desprotegida: en niños y niñas que han sufrido vulneraciones graves a sus derechos y necesitan, con urgencia, un lugar seguro.

Para ellos, explica Elsa, no fue una búsqueda, fue una decisión: ofrecer lo que tenían —su casa, su tiempo, su amor— a una infancia herida que necesita con urgencia un lugar donde empezar de nuevo. Una forma concreta de cuidar, de hacerse cargo. Así llegaron al programa de Familias de Acogida Especializada (FAE) de fundación ADRA Chile. Y desde entonces, sus vidas cambiaron por completo.

“Nos enamoramos del programa”, dice Elsa. “Se trata de proporcionar un cuidado alternativo, un hogar temporal a niños, niñas o adolescentes separados de su familia por una vulneración grave de derechos. Y dijimos: esto es lo nuestro”.

Cerca de 700 niños menores de tres años viven hoy en residencias del Estado, esperando una familia que los reciba. El objetivo del programa FAE es exactamente ese: evitar la institucionalización. Entregar afecto, protección y contención mientras se resuelve si el niño vuelve con su familia de origen o es adoptado.

Elsa y Alejandro se decidieron en febrero de 2023 y comenzaron el proceso. “Nos evaluaron psicosocialmente, pasamos por capacitaciones. Se necesita motivación real y compromiso. Esto no es para cualquiera. Tienes que tener ingresos, sí, pero sobre todo una red de apoyo y una disposición emocional fuerte, porque estos niños vienen muy dañados, muy vulnerados en sus derechos”.

ELLA NECESITABA SENTIRSE A SALVO

En octubre de ese mismo año, llegó su hija. Tenía dos años y cinco meses, y venía de un caso de emergencia: debía ser retirada de su hogar ese mismo día. “Si nosotros no la recibíamos, se iba a una residencia”. Lo que vino después fue aún más duro. Elsa recuerda cómo llegó la niña: con señales claras de abandono, retraída, desconfiada. “Era una niña que había sobrevivido”, dice. “Todo lo que fuimos viendo nos confirmó que necesitaba mucho más que abrigo: necesitaba volver a sentirse a salvo”.

Elsa es trabajadora social en el Programa de Apoyo Familiar (PAFAM) del Hogar de Cristo en Curicó, donde acompaña a personas adultas con discapacidad mental y a sus familias. Su esposo es ingeniero. Y, a pesar de toda su experiencia profesional en intervención social, nada la había preparado para lo que significaba acoger. “La teoría queda chica al lado de la práctica. Uno tiene claro que es temporal, pero cuando pasa el tiempo, el vínculo se vuelve inevitable. Y ahí entra el corazón”.

Hoy, su hija tiene cuatro años y tres meses. Lleva un año y ocho meses con ellos, y aunque en teoría el acogimiento dura hasta 18 meses, la realidad es otra: cada caso tiene su propio ritmo. “Nosotros somos familia de acogida externa, no hay un vínculo previo”, explica Elsa. “Pero desde el primer día que cruzó la puerta, nuestra vida cambió. Para nosotros, ella es nuestra hija: la cuidamos, la acompañamos, la amamos. Y ella también nos eligió como su lugar seguro”.

-¿Conversan con ella sobre su familia de origen?

-Nunca le hemos hablado mal de su familia de origen. Sabe que tiene dos mamás, dos papás. Nosotros somos los del corazón. Los otros son los de la guatita. Ella sabe que tiene raíces y tiene derecho a conocerlas.

La historia de su hija, dicen, es una historia de reparación. “Aprendió a hablar con nosotros, a expresar sus emociones, a comer. Hoy sonríe, tiene el pelo largo, la piel suave. Logra comunicar lo que siente. Eso antes no pasaba”.

Por eso, lo que buscan hoy es simple y profundo: seguir acompañándola. “Queremos ser su voz en este proceso”, dice Elsa. La madre no ha estado presente y el padre, aunque ha mantenido el vínculo, enfrenta limitaciones profundas. “Está solo, sin red de apoyo, pero ha confiado en nosotros. Por eso estamos avanzando en una figura legal que le dé a ella algo tan básico como necesario: estabilidad. Sin cortar el vínculo con su historia ni con quienes forman parte de ella”.

Pero hay algo más. Un contexto. Y es duro.

En los últimos cuatro años, el número de bebés en residencias del Estado ha aumentado un 72%, pasando de 233 a 401 entre 2021 y 2025. El alza se explica por negligencias, abandonos, violencia intrafamiliar. También por entregas voluntarias para adopción. Y es preocupante: los primeros mil días de vida son clave para el desarrollo emocional y cognitivo.

 

En paralelo, se necesitan con urgencia 946 familias que reciban a niños entre 0 y 5 años. Hoy, según cifras de la Corporación Misión de María, más de 900 niños y niñas viven en Chile sin el cuidado de una familia. Desde 2018, casi 400 recién nacidos han sido abandonados en hospitales públicos.

Elsa lo sabe. No solo porque lo ha leído en informes, sino porque lo ha vivido en su casa, en su trabajo, en su familia.

-¿Han recibido apoyo en el camino?

Nuestra familia, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo. Todos han sido parte. Incluso la tenemos en el seguro del Hogar de Cristo, donde trabajo. Para todos, ella es mi hija. La hemos acompañado en su educación, en el jardín, en los paseos. Se ha transformado en el centro de nuestra vida.

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