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Adultos Mayores

Isabel Huichalao: “Hago el trabajo que muchas veces deberían estar haciendo las autoridades”

Por años, Isabel Huichalao ha sido el rostro de la solidaridad en Villa Ortega, una localidad rural a 32 kilómetros al norte de Coyhaique. Desde hace nueve lidera la Junta de Vecinos y se ha convertido en la voz de los adultos mayores del sector norte de Aysén. Tiene 43 años, está casada hace 13, y aunque sus hijos viven en Argentina –país donde residió 14 años– su vida hoy está totalmente dedicada a esta zona aislada, envejecida y profundamente olvidada.
Por Matías Concha P.
Mayo 13, 2025

“La vida en Villa Ortega es tranquila, muy familiar, pero complicada. Hay poco trabajo, poco ingreso. La mayoría sobrevive con trabajos de campo: cercos, leña… Pero ya no hay leña cerca. Los que tienen camiones la compran más lejos y la revenden en Coyhaique a cuatro veces su valor. A la gente del campo le pagan 10 mil pesos por un metro de leña, y allá lo venden a 40 mil”, explica Isabel con crudeza.

Desde que asumió su rol como dirigente social en 2016 –primero como secretaria y luego como presidenta de la Junta de Vecinos– Isabel no ha parado. “Fue la señora Esther, adulta mayor, quien me enseñó a ser dirigente. Aunque ya no tenemos comunicación, mi respeto siempre va a estar con ella”, cuenta.

Isabel representa a todo el sector norte de la región: cinco localidades que dependen de Coyhaique, con caminos difíciles y poblaciones dispersas. “La gente urbana muchas veces no sabe hasta dónde llega su comuna. Yo represento este territorio en el Consejo de la Sociedad Civil. Lucho por todos, pero especialmente por los mayores”.

— ¿Cómo es la vejez en Villa Ortega?

—Hoy, el 70% de la población de Villa Ortega está conformada por personas mayores. Muchos viven solos, porque sus hijos se fueron a la ciudad o de frentón los abandonaron. Algunos los visitan los fines de semana, pero la mayoría queda sin compañía. Otros son viudos, y hay casos en que un adulto mayor cuida a otro. Imagínate eso.

Durante un tiempo, la soledad tuvo pausa los viernes. Una camioneta blanca del programa de atención domiciliaria del Hogar de Cristo llegaba hasta la villa. Conversaban, compartían un almuerzo, revisaban medicamentos, preguntaban cómo estaban. Así de simple. Y así de vital. Antes de su cierre, el programa alcanzó a atender a 190 personas mayores vulnerables en localidades como Coyhaique, Puerto Aysén y Balmaceda. Hoy, más de 400 siguen esperando esa misma atención en la Región de Aysén.

Su cierre fue parte del remezón post pandemia que obligó al Hogar de Cristo a congelar varios de sus servicios en distintos puntos del país. En Aysén, el golpe fue directo. Lo notó Haydé, una vecina que vive a tres kilómetros de Villa Ortega, que hace unos días llamó a Radio Santa María para decir lo que muchos pensaban: que el abandono volvió a instalarse justo donde ya se había empezado a revertir.

PUENTES DE AYSÉN

Ese testimonio abrió una conversación más amplia. En el programa Puentes de Aysén —una coproducción entre el Hogar de Cristo y Radio Santa María— se puso sobre la mesa una verdad incómoda: Aysén tiene diez comunas y ni una sola cuenta con Establecimientos de Larga Estadía o viviendas tuteladas en condiciones dignas. Dominique Brautigam, jefa de la División de Desarrollo Social y Humano del Gobierno Regional, lo dijo sin rodeos: “Las pocas que hay son muy antiguas, y requieren inversión urgente. En ese sentido, el Hogar de Cristo ha hecho un trabajo maravilloso que debemos ver cómo continuar”.

Según Brautigam, ya se conformó una comisión regional para abordar la situación, y el nuevo Gobernador, Marcelo Santana Vargas, ha puesto el cuidado de las personas mayores como prioridad. “Estamos trabajando con el Hogar de Cristo para dar continuidad al trabajo ya hecho”, cerró.

Pero para Isabel, los discursos institucionales siempre suenan bien desde Coyhaique. Lo difícil es que bajen hasta los caminos de ripio de Villa Ortega.

—Yo no soy política, ni funcionaria municipal. Soy dirigenta, y hago el trabajo que muchas veces deberían estar haciendo las autoridades —aclara—. Aquí hay un programa municipal que con mucho esfuerzo cuida a seis adultos mayores. Solo seis. ¿Y el resto? Estamos hablando de decenas de personas que viven solas, con enfermedades, con movilidad reducida, sin nadie que les lleve ni siquiera un litro de leche.

Dice que cuando hay alguna dificultad, es la comunidad la que reacciona. Que si un adulto mayor se queda sin alimentos, son los propios vecinos los que se organizan. “Y si no hay nadie, soy yo. Me pongo el delantal y cocino algo. No cuesta tanto hacer una sopa o un plato de tallarines. Lo que cuesta es el tiempo. Y eso es lo que a veces más les falta: alguien que se siente a escucharlos”.

— ¿Y cómo lo hacen para sobrevivir con tan poco?

—Son muy inteligentes. Compran varios paquetes de tallarines o arroz, los guardan, los dosifican. Muchos se alimentan casi solo con eso. No es justo. El Servicio de Salud Rural entrega una ración mensual con vitaminas, eso ayuda. También tenemos un paramédico que es parte de la comunidad, súper comprometido. Va, los visita, les corta la leña si es necesario. Pero no alcanza. No alcanza para todo lo que se necesita.

La falta de transporte es otro obstáculo. El bus que va a Coyhaique los deja a uno o dos kilómetros de sus casas, y en invierno eso se transforma en una tarea imposible. “Con la nieve y el frío, tienen que caminar solos, con bastón, sin luz. Y yo tengo auto, pero no siempre tengo plata para echarle bencina. ¿Sabes cuántas veces he tenido que llevarlos? ¿Sabes cuántas veces he llorado en el cementerio porque se me van muriendo?”

A Isabel se le quiebra la voz, pero no el propósito. Su compromiso viene de lejos. De su abuelo, dice, y de su papá, que también es adulto mayor. “Uno ve en cada mayor la historia de su propia familia. Por eso me duele. Porque ya no pueden, porque dependen de otros, y esos otros no siempre están. Por ejemplo, yo volví de Argentina para cuidarlos a ellos, pero muchos no tienen ni siquiera un familiar que los acompañe”.

— ¿Qué es lo que más necesitan hoy?

—Compañía. Cercanía. Que alguien se siente a comer con ellos, que les pregunte cómo están. Yo, si fuera millonaria, contrataría a una persona por adulto mayor, para que los acompañe como un hijo. Que les cocine, que los escuche, que los abrace. No se necesita tanto. Solo alguien que esté.

Y remata:

—No puede ser que toda una generación de personas que levantó esta región esté viviendo así. Con frío, con hambre, con pena. Porque eso es lo que más hay: pena. De sentirse solos. De no tener a nadie.

Isabel Huichalao no necesita hablar fuerte para dejar claro su punto. Basta escucharla con atención para entender que, en Villa Ortega, donde todo escasea, lo más valioso que existe es esa red invisible de cuidado que ella, junto a un puñado de vecinas y vecinos, ha tejido durante años. A puro corazón.

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