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Discapacidad Mental

El renacer de María Eliana: De la dependencia al protagonismo

Tras años de deterioro en un centro masificado, María Eliana Rozas, de 80 años, recuperó su autonomía, rutina y alegría en un Hogar Protegido de Hogar de Cristo. Su historia refleja el impacto transformador de un modelo que privilegia la integración comunitaria de personas con discapacidad mental por sobre el tratamiento meramente clínico.
Por María Teresa Villafrade
Mayo 30, 2025

María Eliana Rozas Rozas (80) vivió una profunda transformación al dejar la Casa de Acogida Residencial (CAR) de Estación Central para trasladarse a un Hogar Protegido del Hogar de Cristo. Su caso es un testimonio viviente del poder de un enfoque social e integral en la atención de personas con discapacidad mental.

En el CAR, María Eliana era una mujer temerosa, con delirios de persecución, altamente dependiente y desorientada. Era masivo, cerca de 40 personas residían allí y eran cuidadas 24/7. Se las atendía diariamente en todas sus necesidades: aseo, alimentación, abrigo.

Hoy, en el Hogar Protegido, que lidera el enfermero Gustavo Villegas, no solo recuperó su independencia, sino también su identidad. Ya no usa pañales, se ducha sola, administra su dinero (su pensión básica solidaria), va a la feria, participa de las tareas del hogar y se da gustos como comprarse ropa o zapatos nuevos.

María Rozas junto a la siempre risueña y cariñosa Elisabeth Musatadi, otra de las residentes del Hogar Protegido de Hogar de Cristo para personas con discapacidad mental.

“El día que me ofreció un café y me dijo que quería barrer, supe que algo grande había cambiado”, relata emocionado Villegas, quien también experimentó su propio cambio profesional. Con más de 20 años como enfermero, reconoce que pasó de una visión estrictamente clínica a comprender la fuerza del acompañamiento social. “Fui parte del problema, pero ahora soy parte de la solución”, dice, mientras avanza en su formación en psicología con enfoque comunitario.

LA CHAQUETA VERDE

El terapeuta ocupacional Fredy Retamal, que conoce a María Eliana desde su paso por el CAR, confirma los avances: “Nunca pensé que podría volver a estar en un hogar protegido. Verla tan activa y participativa ha sido impactante”.

El terapeuta ocupacional, Fredy Retamal, ha seguido los pasos de María Rozas y su sorprendente adaptación al hogar protegido.

El Hogar Protegido donde reside es uno de los tres que administra la unidad San Pedro Claver. A diferencia de las residencias masivas, estos espacios se asemejan a una familia: ocho personas (cuatro hombres y cuatro mujeres en este caso) comparten un hogar, deciden sus menús, hacen sus compras y mantienen su casa. La infraestructura es doméstica y la supervisión varía según el nivel de autonomía de los participantes.

El jefe de la unidad, Gustavo Villegas, apoya la estrategia social de Hogar de Cristo que apunta a entregar atenciones más personalizadas.

“Hoy me encontré a María Eliana en la mitad de la calle y me mostró que se acababa de comprar una chaqueta verde. La semana antepasada se compró zapatos nuevos, recorrió todo el mall hasta que encontró las que le gustaban”, señala Gustavo Villegas, dando cuenta del cambio sideral de vida que ella ha tenido.

En la terraza del Hogar Protegido, dos residentes conversan y fuman. Para ellos ésta es su casa.

“A veces ella se me escondía detrás de los baños porque decía que alguien la quería matar, eso pasaba en la residencia anterior”, agrega el jefe de la unidad.

¿QUÉ SON LOS HOGARES PROTEGIDOS?

Hay distintas modalidades: están los de mediana supervisión, con una monitora de día hasta las 5 de la tarde que guía y apoya. También existe la modalidad 24/7, que cuenta con permanente monitoreo en dos turnos: uno de día y otro de noche.

“Tenemos participantes que estudian y otros que trabajan, por ejemplo, vendiendo artículos en la feria”, explica Gustavo Villegas. La idea es que alcancen el máximo de autonomía posible para cada uno de ellos.

María Eliana está en el comedor, almorzando. Dice que le han servido demasiada comida en el plato y que no podrá comerla toda. Muestra la medalla de San Alberto Hurtado que cuelga en su cuello y los anillos en su mano, que le encantan.

A María Rozas le encanta cuidar sus manos y lucir sus anillos.

Ella esperó por años un cupo en un establecimiento de larga estadía (lo que antes la gente llamaba “hogar de ancianos”), el que nunca llegó, pero gracias a Hogar de Cristo encontró en este modelo una segunda oportunidad. “Volvió a ser María Eliana”, resumen quienes la acompañan día a día. Y así, mientras muestra orgullosa sus adornos, se alista para su próxima salida: comprar el pan. Esta vez, quizás lo haga sola.

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