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Eva y Santos: El tornado que exhibió la vulnerabilidad en la vejez

Eva estaba almorzando cuando el viento arrancó el techo de su casa. Santos, junto a su perro Mancha, lo sintió venir antes de que todo volara. Ambos son parte del servicio de apoyo domiciliario del Hogar de Cristo en Puerto Varas. Esta es la historia de cómo sobrevivieron al tornado y de quiénes no los dejaron solos después del desastre.
Por Matías Concha P.
Mayo 30, 2025

El ruido fue el de un golpe seco. No de un trueno ni de un choque automovilístico. Fue algo más extraño. Un tornado que se arrastraba por el aire y lo desarmaba todo a su paso. Eran las dos de la tarde del sábado 25 de mayo, y en la casa de Eva Carillanca (64), en el pasaje Walter Martínez de Puerto Varas, recién estaban terminando de almorzar.

—Escuché ese ruido raro y de repente la puerta se abrió sola, con una fuerza que no era normal. Me paré a empujarla y, en eso, la otra puerta también se abrió. Uno de mis refrigeradores voló hasta la pared. Fue como una explosión, como si algo invisible entrara y se llevara todo— relata Eva.

El tornado se llevó el techo del segundo piso

El tornado se llevó el techo del segundo piso

La mitad del techo desapareció. El comedor quedó expuesto al cielo. Y Eva, que siempre ha estado para todos, no sabía por dónde empezar. Lo primero que pensó fue en Juan Carlos, su esposo, que seguía en el dormitorio. Tiene 64 años y una enfermedad poco común: distrofia miotónica, o mal de Steiner. El año pasado estuvo cinco meses hospitalizado, después de fracturarse la mandíbula en tres partes. Desde entonces, Eva es su cuidadora principal.

—Gracias a Dios la habitación donde él estaba no se dañó. Pero todo lo demás… el tornado descuadró completa. Tuvimos que irnos donde mis suegros porque ya no se puede vivir ahí —dice, sin saber qué hacer con la vivienda que levantó su papá después del terremoto del 60.

Esa casa, que resistió el 27F y a décadas de temporales, no pudo con los vientos del sábado 25 de mayo. Ese día, a las 14:00 horas, un tornado categoría EF-1 —un fenómeno meteorológico casi inédito en la zona— cruzó Puerto Varas con ráfagas de hasta 178 kilómetros por hora. Destrozó techos, quebró ventanales, arrancó árboles de raíz y dejó más de 250 casas afectadas y a casi 19 mil personas sin electricidad. Una emergencia breve, brutal, sorpresiva. De esas que arrasan sin preguntar y que, como casi siempre, golpean más fuerte a las personas más vulnerables, que viven en viviendas precarias, con pensiones básicas, problemas de salud, poca movilidad, y que enfrentan la vejez desde la trinchera, como Eva y Juan Carlos.

Pero no están solos.

¿Y USTED CÓMO ESTÁ?

Eva y Juan Carlos son parte del servicio del Hogar de Cristo que apoya a adultos mayores en sus domicilios en Puerto Montt, el que se activó inmediatamente tras la emergencia. Un equipo de trabajadores sociales, terapeutas ocupacionales y profesionales de salud que recorre barrios para acompañar, contener y asistir a quienes más lo necesitan.

—Yo, como él está con problemas, fui su única cuidadora por años. Pero ahora me viene a ver una terapeuta ocupacional. Después viene otra niña que me visita, que creo que es la trabajadora social. Gracias a ellos he podido seguir adelante y pudimos sobrevivir esa noche del tornado, porque se puso a llover y perdimos casi toda nuestra casa— enumera Eva, contando lo importante que ha sido para ella apoyo del Hogar de Cristo.

El tornado se llevó el techo del segundo piso

El tornado se llevó el techo del segundo piso

Acostumbrada a cuidarlo todo, desde hace años, la vida de Eva gira en torno a su marido, su enfermedad, las rutinas del tratamiento, el dolor, las recaídas. Hoy Juan Carlos logra levantarse, pero durante meses no pudo. Y si no fuera por ella, no habría quién lo ayudara.

El equipo del programa —que trabaja con personas mayores vulnerables— llegó a verla al día siguiente del tornado. Le llevaron frazadas, ropa, artículos de higiene y lo más inesperado: un espacio para soltar.

—Me dijeron: “¿Y usted cómo está?”. “Bien”, les dije. Pero después me puse a hablar y, de repente, solté el llanto. Exploté. Había pasado tantas cosas y no me había dado permiso para pensar en mí.

— ¿Qué la mantiene firme?

No lo sé, hijo. Será porque soy descendiente de indígenas. Siempre tengo esa fortaleza, como que las cosas pasan por mí… y sigo.

EL PERRO AVISÓ, SANTOS ESPERÓ

A varias cuadras de la casa de Eva, en el sector Los Alpes con Apeninos, Nicole no sabía si preocuparse más por el techo o por su abuelo Santos, que seguía sentado en su sillón como si no pasara nada. El viento rugía afuera, las paredes crujían, y el perro Mancha no paraba de ladrar.

—Mi abuela me contó que antes de que todo pasara, Santos dijo: “Algo viene, el perro está avisando”. Y se quedó ahí, esperando. Tranquilo. Como si supiera que no podía hacer nada más —cuenta Nicole, su nieta.

Santos Cárdenas (82) vive con Juana Curil (68), su compañera de toda la vida. Aunque no tiene diagnóstico formal, hace tiempo que empezó a olvidarse de cosas. Sale a la calle y no siempre recuerda cómo volver. Se pierde en su propio barrio. Juana, que también es mayor, lo acompaña como puede. Se cuidan entre ellos. Se hacen compañía. Pero quien realmente sostiene esa rutina —las compras, los remedios, la contención emocional— es Nicole (31), su nieta.

Cuando Nicole llegó a la casa, el tornado ya había pasado. Lo primero que hizo fue correr a ver si sus abuelos estaban bien. Santos seguía en su sillón. Juana estaba de pie, aturdida. El techo ya no estaba y el segundo piso se había inundado por completo. Camas, frazadas, ropa: todo empapado.

—No había dónde ir —cuenta Nicole—. Y aunque hubiéramos tenido, ellos no iban a dejar la casa. Les dolía más perderla que el frío.

Unas horas después, apareció el equipo del Hogar de Cristo. Ya los conocían. Los habían estado visitando durante meses. Sabían quiénes eran, dónde vivían, qué necesitaban. Llegaron con frazadas, comida, artículos de higiene y, sobre todo, con tiempo.

—No vinieron a dejar cosas y salir corriendo. Se quedaron. Nos escucharon. Preguntaron cómo estaban mis abuelos, cómo estaba yo —dice Nicole—. Eso no lo hace cualquiera. Ni siquiera la municipalidad había llegado.

El tornado casi se lleva el techo completo de su casa

El tornado casi se lleva el techo completo de su casa

Al día siguiente volvieron. Y después también. Mientras la ayuda formal se organizaba, el equipo del Hogar de Cristo ya estaba ahí, acompañando desde lo esencial: abrigo, agua caliente, conversación. En la región de Los Lagos, este programa social cuida a 90 personas mayores —36 en Puerto Varas y 54 en Puerto Montt— y llega justo a tiempo.

—Mis abuelos no tienen redes. No tienen a quién llamar. Y yo no alcanzo a todo. Por eso lo que hace el Hogar de Cristo es tan importante. Porque cuando nadie más aparece, ellos llegan a verlos.

Santos escucha todo sin interrumpir. Nicole cuenta que, desde ese día, no se separa de Mancha, su perro.

—Yo lo sentí venir. El perro avisó. Y esperé, nomás —dice, como cerrando el recuerdo.

Y ahí se quedó. Esperando. Hasta que alguien llegó. Hasta que alguien decidió no dejarlos solos. Porque cuando todo se cae, a veces lo único que se necesita es eso: que alguien esté. Y se quede.

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