Hoy en Chile casi 800 mil personas no están empleándose. Son los denominados “inactivos potenciales”, los que teniendo el talento, la capacidad y la necesidad no logran superar por sí mismos las barreras de entrada que permiten el acceso al mercado laboral. Y se resignan a no buscar trabajo. Y lo más injusto y lamentable es que el 65% por ciento de ese millón y medio de personas inactivas potenciales son mujeres.
Esto se explica, en primer lugar, porque antes de la pandemia y sus consecuencias sobre el empleo, ya estaban en una situación de desventaja laboral histórica. Actualmente, un 47% de las mujeres participan del mercado del trabajo versus un 69% de los hombres. Y, en segundo lugar, porque ellas siempre han participado de sectores de la economía que se vieron muy golpeados por el COVID-19, como el servicio doméstico, el comercio, el turismo y la gastronomía, donde, además, por la mayor proximidad física que conllevan, el riesgo de contagio es mucho mayor.
Como me decía hace poco una vieja y sabia feminista, “buscándole alguna ventaja al impacto de la pandemia, digamos que visibilizó el tremendo rol que cumplen las mujeres en el funcionamiento de la economía, aunque aún no se traduzca en nada concreto, salvo en una creciente demanda porque esas tareas de cuidado sean remuneradas”.
Las mujeres desarrollan 2,5 veces más trabajo doméstico que los hombres, lo que les impide o dificulta acceder a un empleo pagado y/o las obliga a combinar el empleo pagado con otro que no lo es. “El trabajo no remunerado de las mujeres sostiene la necesidad de cuidado que sustenta a las familias, apoya las economías y muchas veces suple las carencias en materia de servicios sociales, sin embargo pocas veces se reconoce como trabajo”, sentencia un documento de ONU Mujeres.
Otro aspecto lamentable que dejó en evidencia la pandemia es que existe una gran brecha que impide la conexión entre los que buscan trabajo y las empresas que requieren trabajadores. Hoy como nunca a consecuencia de la pandemia se ha necesitado de personal remunerado capaz de administrar presupuestos reducidos, educar y cuidar a menores de edad y adultos mayores, cocinar, entre otras tareas en que las dueñas de casa la llevan, pero cuesta juntar al que necesita ese servicio con la que puede ejercerlo.
Esto lo vemos mucho en Fundación Emplea: a pesar de su talento, muchas mujeres que quieren trabajar no saben cómo insertarse en el mundo laboral formal, no saben sortear obstáculos tan básicos como elaborar un currículo, cumplir horarios, saber a quién dirigirse. Estas mujeres, que suelen ser jefas de hogar, carecen de redes de contacto para encontrar trabajos formales y realmente no saben por dónde partir. Existe además una fuerte inercia de la informalidad, la que se traduce en que las personas con empleos precarios tienen muchas menos posibilidades de conseguir empleos “decentes”.
En el Mes de la Mujer, con un gobierno que parte lleno de símbolos pro mujer, el empleo femenino debe ser prioridad y para ello Fundación Emplea cree que el Estado debe avanzar en darle un rol más importante a la intermediación laboral, convirtiéndola en una política pública relevante que complemente el sistema de capacitación actual. Como repetía un candidato con pocos segundos en una franja electoral pasada, la demanda es: trabajo, trabajo, trabajo con foco en ellas, las mujeres.